Criterios morales para el voto católico

Criterios para el voto católico

 

Estimado radioyente:

Como es de su conocimiento, la elección presidencial para el período 2022-2026, se realizará el próximo 21 de noviembre. Es decir, en 15 días más. Ellas tendrán lugar, en conjunto con las elecciones de diputados, senadores y las elecciones de consejeros regionales.

Si Ud. ha tenido ocasión de acompañar nuestros comentarios semanales habrá visto que ellos están dedicados a la familia, desde el punto de vista de la doctrina católica y con total prescindencia de la política contingente.

No sería por lo tanto entendible que, delante de estas elecciones, que, como pocas veces, decidirán el futuro cristiano de Chile, nos abstengamos de decir una palabra orientadora sobre los criterios que nuestra Fe.

Comencemos por decir que existe una obligación moral de concurrir a las urnas cuando el resultado de las elecciones se muestra tan decisivo para la mantención o la negación de los principios religiosos que debemos defender.

Esta obligación de concurrir a las urnas se ve más apremiante cuando existen posiciones antagónicas claras y que podrá depender de unos votos más o menos, el triunfo de una de ellas.

En el caso particular de estas elecciones, la obligatoriedad de concurrir a ellas no está tanto en la fuerza de la ley, sino en el mandato de nuestra conciencia. Un católico no puede abstenerse en elecciones en las cuales su participación puede ser decisiva para el resultado de ellas.

El índice, siempre creciente de personas que no concurren a las urnas, no debe repetirse en las próximas elecciones. Todos somos corresponsables de los destinos de Chile, y en cuanto tales debemos asumir nuestras obligaciones. La primera de ellas es ir a votar.

Ahora, no importa sólo saber que estamos moralmente obligados, como católicos, a concurrir a votar.

Es necesario saber también cuáles deben ser los criterios morales que deben orientar nuestro voto.

Para responder a esta pregunta nos serviremos de un análisis realizado por el Profesor César Félix Sánchez Martínez, Licenciado en Literatura por la Universidad Nacional de San Agustín de la ciudad peruana de Arequipa, Diplomado en Historia por el Instituto Francés de Estudios Andinos y la Universidad Católica San Pablo (Arequipa) y Magíster en Filosofía por la Universidad de Piura (Lima).

El hecho de que esta opinión sea para unas elecciones en otro País, nos muestra bien que no hay en ellas ningún intuito de favorecimiento político de parte de estos comentarios.

Le pasamos entonces la palabra al Profesor Sánchez Martínez.

 

 

El Profesor comienza su exposición preguntándose: “¿Es un deber moral votar? ¿Existe un voto católico? ¿Puede uno pecar o condenarse por votar por una alternativa inmoral en las urnas? ¿Cuáles son los criterios que tenemos que tener en cuenta para emitir un voto bueno?

Y se responde

“Aunque parezca innecesario hacerlo, debemos recordar que el voto es un acto moral, eso es, un acto humano en el que entran a tallar nuestra inteligencia y voluntad. Es, como dijimos, un acto moral, que ha de juzgarse de acuerdo a criterios intelectuales como la verdad, objeto de todo acto intelectual, y morales, como el bien, objeto de todo acto voluntario.

“Esta distinción es imprescindible, pues no son pocos quienes, en la práctica, reducen el voto a un acto del apetito sensible y de sus reacciones pasionales, los sentimientos. Así, para ellos votar será equivalente a elegir un plato de comida o una mascota: votarán por quien les parezca más simpático.

 

“Por tanto, a la hora de votar, es imperativo elegir la alternativa que defienda mejor los principios morales naturales y cristianos, expresados en el Decálogo, particularmente aquellos que tienen mayor incidencia en la vida social de la comunidad. Al margen de que el candidato que los encarne nos caiga bien o mal.

(…)

“Hace ya cierto tiempo, la Santa Sede habló de los llamados principios no negociables en la política, suerte de mínimos aceptables: «[E]l respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables» [1].

 

“Podría alguien aducir que estos principios son solo extrínsecos y propiamente religiosos y que, aunque válidos para el creyente en su «vida personal», no pueden ser criterios válidos en la polis, plural y diversa por definición.

(…)

Sin embargo, el mismo profesor responde a esta objeción declarando que:

“Con (elaborto) se otorga al Estado la potestad de decidir que determinada persona no-nacida, (…)  no es ya persona y puede ser descartada sin culpa, sin importar lo que diga la ciencia, la recta razón, la religión, la tradición o incluso la misma sociedad. No extraña, por tanto, que el primer estado totalitario de la historia, la URSS de Lenin, haya sido el primer país del mundo en despenalizar y legalizar el aborto en 1920. En esa medida, aparentemente simple, se revelaba el rostro genocida de un gobierno totalitario que, en esos mismos momentos, decretaba la necesidad de prescindir violentamente de clases sociales y otros grupos humanos enteros.

 

A tema del derecho a nacer, el profesor agrega el del matrimonio natural y cristiano, como criterio para decidir el voto.

“Algo semejante puede decirse del llamado matrimonio igualitario, que no es otra cosa que darle el poder al Estado de decidir que, una realidad afectiva esencialmente infecunda y muy frecuentemente efímera, pueda ser equiparada jurídicamente a la familia natural tradicional, el modelo milenario imbatible de crianza y afectividad humana.

 

“Y ni qué decir de la grave injusticia que significa otorgar al Estado la patria potestad de todos sus ciudadanos, aboliendo la familia, al obligar a su población a ser ideologizada en contra de sus conciencias, con el pretexto de una educación obligatoria diseñada no por los mismos ciudadanos, sino por burócratas y comisarios políticos que la utilizan como una herramienta de revolución social y cultural.

 

“Violentar estos principios no negociables significa darle al Estado el poder de estatizar la misma fábrica de lo humano; significa convertir al Estado ya no en un instrumento de la sociedad, diseñado para servirla, sino en su dueño y señor, en el Dios mortal del que hablaba Thomas Hobbes.

 

“En conclusión, la defensa de los principios no negociables es también de razón natural y su defensa obliga moralmente a todos los hombres, tanto creyentes como no creyentes. En esta defensa le corresponde un papel especial al voto: defender los principios no negociables implica votar por los candidatos que los defienden, al margen de otros elementos contingentes y subalternos con los que podríamos no estar de acuerdo”.

Finalmente, el profesor Sánchez Martínez concluye que debemos “Pensar y votar como cristianos”

“Hay que aprender a pensar, es decir, a ir a los principios, al margen de las simpatías o antipatías sensibles, las corazonadas o, peor aún, las calculadas satanizaciones de la manipulación periodística.

“Pensar implica también jerarquizar. Es decir, establecer que, entre determinados elementos morales, hay unos que son más importantes que otros y que, en la política, especialmente en una época oscura como la nuestra, muchos quizás no sean ni Carlomagno, ni san Luis Rey de Francia o ni siquiera una persona agradable desde el punto de vista sensible, pero son, por su defensa de los principios no negociables, muchísimo mejores para la sociedad que los que no los defienden o los defienden a medias”.

Hasta aquí los oportunos comentarios del citado autor.

Esperamos que ellos le hayan servido para decidirlo a concurrir a las urnas este próximo Domingo 21 y para orientarlo a saber cuáles son los principios que deben favorecer con nuestro voto.

***

Gracias por su audición y recuerde que nos puede seguir, semana a semana, en esta misma SU emisora o en nuestra nueva página we: Chile en la encrucijada.

Hasta la próxima semana.