Las primarias presidenciales del 29 de junio de 2025 marcaron mucho más que una jornada electoral de baja convocatoria. Representaron el acto final de un proceso largamente anunciado: el famoso “transbordo ideológico inadvertido”, esa lenta pero persistente migración desde la democracia cristiana hacia la izquierda marxista, pasando por el socialismo renovado y culminando en el Frente Amplio y el Partido Comunista. Fue inadvertido solo para los ingenuos, porque para quienes leyeron los signos de los tiempos —y no solo los titulares—, el guion estaba escrito hace más de 30 años.
El discurso de Carolina Tohá, tras la derrota estrepitosa del socialismo democrático en las primarias, evidencia el desconcierto de una élite política que ya no representa a nadie. Menos del 9% del padrón concurrió a votar, y ni siquiera alcanzaron el piso simbólico de los 2 millones de votos que esperaban como muestra de fuerza. El país les dio la espalda, no por apatía, sino porque ya no les cree. La gente intuye —aunque no siempre lo articule con claridad— que este «pacto de unidad» no es otra cosa que la consolidación final de una deriva ideológica que enterró a la Concertación, a la Nueva Mayoría y a toda forma moderada de centroizquierda.
El camino comenzó con la Democracia Cristiana renunciando a su identidad humanista y cristiana en nombre de una supuesta modernización. Luego el Partido Socialista abandonó toda vocación socialdemócrata, entregándose sin pudor al progresismo global. De ahí al Frente Amplio de Boric no hubo salto, sino continuidad. Y hoy, con Jeannette Jara como candidata única de esta coalición, el círculo se cierra: el Partido Comunista —que nunca ha renegado de su matriz revolucionaria— asume el mando. No es un accidente. Es la lógica conclusión de un proceso meticulosamente conducido.
Sin legitimidad popular, sin épica, sin votos y sin alma, lo que queda es un proyecto ideológico que sobrevive por inercia institucional, pero que no representa al Chile real. Este no es el inicio de una nueva etapa. Es el epílogo de una historia que comenzó con traiciones suaves, disfrazadas de diálogo, y termina en la arrogancia autoritaria de una izquierda que ya ni siquiera se molesta en ocultar su propósito. El telón ha caído. Y el silencio del público es el juicio más elocuente.