Inmaculada y matrimonio igualitario

Estimado radioyente

El miércoles pasado el País paró para celebrar la Fiesta de la Inmaculada Concepción.  Lamentablemente no se vieron las procesiones de antaño ni las inmensas aglomeraciones de un millón de personas en Lo Vasquez.

Sin embargo, Ella estuvo presente en la devoción de los católicos que pusieron fin al Mes de María y comienzan a prepararse para la venida del Niño Jesús, el próximo 24 de diciembre.

Todas estas Fiestas que se sucedían a lo largo de todo el año, fueron moldeando la conciencia cristiana de la Nación.

Esta vez, sin embargo a Fiesta de la Inmaculada coincidió con lo que no dudamos en llamar un pecado social de carácter nacional. Nos referimos a la aprobación del mal llamado “matrimonio igualitario”.

Decimos “mal llamado” porque no es matrimonio ni es igualitario.

En efecto, el matrimonio es la institución natural más antigua de la humanidad, por la cual un hombre deja su casa para unirse para siempre con su mujer, procrear y educar a sus hijos.

No hubo civilización ni cultura que a lo largo de la historia no haya celebrado y rodeado de significado esta unión.

Ella corresponde a la complementariedad del hombre y de la mujer, ordenada por Dios para dar vida a los hijos y apoyarse mutuamente.

Nada de esto existe en el llamado “matrimonio igualitario”. Por ello mismo tampoco es igualitario, pues nada puede haber de más diferente de que la donación esponsal entre un hombre y una mujer, que la unión de dos hombres o dos mujeres, que no podrán tener hijos sino recurriendo a las llamadas técnicas de procreación asistida, que no es otra cosa que la comercialización del cuerpo.

Tampoco se respetan los derechos del niño, pues él no contará con un padre y una madre, sino con dos seres del mismo sexo que lo “concebirán” para su compañía, mediante dinero.

Nada más lejos, ni nada más contrario al designio que Dios puso en el hombre cuando los creó “a su imagen y semejanza”.

Por ello, sería iluso pensar que la aprobación de esta ley inicua, no traerá como consecuencia inmediata y forzosa una creciente incompatibilidad con el orden moral cristiano y, a la larga, con una persecución religiosa contra todos aquellos que continuamos a creer en las verdades de la religión y de la moral católica.

La raíz de este choque se encuentra en la divergencia profunda de la visión del mundo que tiene el Cristianismo, basado en la realidad. Cuando la comprensión del hombre de una cosa corresponde a la realidad, es la verdad.  Cuando no lo hace, tenemos el error, que puede ser el resultado de un equívoco intelectual, de un capricho, o de un prejuicio ideológico que deforma nuestra opinión. En tales casos, nos separamos de la realidad y nos apegamos a una comprensión ilusoria, utópica de las cosas.

Pocas cuestiones ilustran mejor la divergencia entre el laicismo y la visión Cristiana, que la batalla cultural sobre el matrimonio. Los laicistas aceptan el “matrimonio” homosexual, negando la realidad específica del matrimonio, basada en la naturaleza. Niegan que las evidentes diferencias biológicas, fisiológicas y psicológicas entre los hombres y las mujeres encuentran su complementariedad en el matrimonio, como también niegan que la finalidad primaria específica del matrimonio que es la perpetuación de la raza humana y la educación de los hijos.

Este concepto estrictamente natural del matrimonio es sostenido por el Antiguo y el Nuevo Testamento. Leemos en el libro del Génesis: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó. Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra”.(Gen.,1:28-29)

Lo mismo fue enseñado por Nuestro Salvador Jesús Cristo: “Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre” (Marcos 10, 6-7) El rechazo de la cosmovisión cristiana es el aspecto negativo, destructivo del laicismo. Su aspecto “positivo” es la utopía de una sociedad sin frenos morales, que pretende redefinir el matrimonio y la familia.

La historia es maestra de la vida. En el siglo XX, el Nazismo y el Comunismo demostraron al mundo que, cuando la sociedad pierde sus amarras en el orden natural y se entrega a las utopías, el resultado inevitable es la dictadura. Esta dictadura puede tomar muchas formas y ser ejercida en los pasillos del gobierno, en las jefaturas de partido, en los organismos judiciales, o en los medios de comunicación.

Por ello, el Profesor David Carlin, profesor de sociología y filosofía en el Community  College of Rhode Island, y durante doce años miembro demócrata  del Senado de Rhode Island, afirmo: «Los que están luchado por la institución del “matrimonio” homosexual ipso facto están empujando hacia la eliminación de la religión cristiana»

Es verdad, e las últimas décadas, Estados Unidos ha presenciado la marea creciente de leyes, de decretos, de reglamentos y de decisiones judiciales que favorecen a la homosexualidad, por un lado, y obstaculizan y castigan a quienes se oponen por razones de fe y de conciencia, por otro lado.

Poco después de que el Tribunal Supremo de California legalizó el “matrimonio” homosexual, el Profesor David R. Carlin observó: El sistema moral cristiano no es una parte de menor importancia en el cristianismo; como el corazón o los pulmones no son partes de menor importancia en el cuerpo humano. Derrocando el sistema moral cristiano se derroca el cristianismo en sí mismo. Por lo tanto, los que están luchado por la institución del “matrimonio” homosexual ipso facto están empujando hacia la eliminación de la religión cristiana.

Legalizando “matrimonio” homosexual el Estado se convierte en su promotor oficial y activo. Incita a que los funcionarios oficien en la nueva ceremonia civil, ordena a las escuelas que enseñen su aceptabilidad a los niños, y castigan a cualquier empleado del Estado que exprese su desaprobación.

En la esfera privada, los padres que se opongan, verán pronto a sus niños expuestos aún más a esta nueva “moralidad”; los negocios que ofrecen servicios de bodas serán forzados a proporcionarlos para las uniones homosexuales; y los dueños de propiedades de alquiler tendrán que concordar con aceptar parejas homosexuales como arrendatarios.

En cualquier situación donde el matrimonio afecta a la sociedad, el Estado esperará que los cristianos y toda la gente de buena voluntad traicionen sus conciencias al aceptar, con su silencio o su acción, un ataque contra la Ley Divina y el orden natural.

En el mundo entero, la intolerancia anticristiana de la revolución homosexual se hace sentir con medidas cada vez más persecutorias, un problema terrible de conciencia surge para cualquier persona que se oponga a ellas: ¿Debemos seguir nuestras conciencias? ¿O debemos aceptarlo? Para los católicos como nosotros, el aceptar el “matrimonio” homosexual sería equivalente a una renuncia de la fe.

Para responder a estas graves cuestiones de conciencia, debemos pensar, que Dios reveló verdades sobre cómo debemos vivir., que son sus Mandamientos. Por lo tanto, cuando un católico rechaza una verdad en materias morales que se contenga claramente en la Revelación, rechaza la autoridad Divina que garantiza esa verdad y la base sobrenatural del conjunto de la Fe.

Ahora, la Revelación Divina, la “enseñanza constante del Magisterio y el sentido moral de los cristianos“  condenan claramente los actos homosexuales. Así, negar la maldad intrínseca del acto homosexual, y, aún más, reconocerlo como digno de práctica o de aceptación en el orden social es contradecir expresamente la Revelación Divina (y los preceptos del derecho natural).

Por todo ello, consideramos que el país debe estar de luto. Esta semana se violó oficialmente una de las leyes que sostienen la sociedad cristiana. El matrimonio.

Así, la familia chilena se transformó en esta semana en un montón de arena, sin consistencia ni orden, que quiere decir todo y no quiere decir nada.

¿Cómo no recordar la divina sentencia de Nuestro Señor:

“Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena”.

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