Un “asesinato” del que nos salvamos

«Mazzucato, téngalo presente: ya vivimos un experimento o experiencia (da lo mismo) de las que usted propone».

Gonzalo Rojas

Esto de querer “matar” un modo de vida, una construcción político-social, ya es cuento viejo en Chile.

Mazzucato no ha propuesto nada nuevo. Ahora lo llaman “neoliberalismo”, pero años atrás —50 en concreto— el “propósito asesino” era el mismo, aunque la fórmula se expresaba de modo más complejo. Había que eliminar el “sistema oligárquico, imperialista y feudal, amparado en una democracia formal y burguesa”, nos decían.

Y se lo propusieron a fondo.

Octubre de 1972 fue el punto de inflexión definitivo para que en la sociedad chilena se tomara conciencia completa de cuán radical era el intento por “matar” nuestro modo de vida, con todas sus virtudes y defectos (por cierto, hubo otras bisagras menores, pero también muy importantes: la insoportable visita de Castro, en noviembre del año anterior, y la declaración de la Cámara de Diputados, en agosto de 1973).

El propósito de las fuerzas de la UP no consistía en corregir o en mejorar: había que eliminar de raíz. Y no hay unipopulista honrado que lo niegue. Por el contrario, orgullosos se sienten de haber dejado fluir ese “instinto asesino” hacia todas las dimensiones de la vida nacional.

Pero, decíamos, octubre de 1972 fue el punto de inflexión. Conscientes de que operaban cuatro pinzas que ahogaban las actividades sociales y económicas, cientos de organizaciones reaccionaron articuladamente para enfrentar la agresión: era de vida o muerte. Y se desplegó el Paro de Octubre, expresión del instinto de supervivencia de unos modos de vivir y de trabajar explícitamente amenazados y ya concretamente dañados.

¿Cuáles eran esas pinzas que atenazaban toda la vida nacional? Inflación, violencia, desabastecimiento y expropiaciones.

A las generaciones que no vivieron esos días aciagos, esos días heroicos, les inoculan una de las tantas mentiras —flores de plástico que no se marchitan, pero falsas como Judas— con las que desde el marxismo contemporáneo se pretende embellecer la sentencia de muerte que se le había dictado al modo de vida nacional. Les dicen que la reacción de los gremios fue un “paro patronal”, solo movido por plata extranjera y con objetivos sediciosos.

Obvio, ese tiene que ser el lenguaje escogido para tratar de desacreditar la evidencia de un paro que fue gremial, nacional y en legítima defensa. La inflación se devoraba los ingresos de los chilenos; la violencia desplegaba la lucha de clases desde los textos y discursos a las calles y los campos; el desabastecimiento impedía mantener niveles básicos de consumo; las expropiaciones (y sus formas mitigadas, requisiciones e intervenciones) anulaban toda seguridad y toda capacidad de emprendimiento.

El paro de octubre de 1972 fue un despliegue, casi siempre inconsciente, de la verdadera subsidiariedad, del clamor de los chilenos organizados por ser conductores de su propio destino. “Si dejamos que las pinzas de un gobierno en manos marxistas sigan ahogándolo todo, la muerte es segura. No lo permitiremos”.

Fue la fuerza de los cuerpos intermedios, la fuerza de la sociedad organizada, el clamor de los medios de comunicación libres lo que impidió que se ejecutara esa sentencia de muerte. Por eso, 50 años después, los mismos (parecen otros, pero en el fondo son los mismos) lo intentan por segunda vez. Llaman “neoliberalismo” al conjunto de prácticas subsidiarias, de libertades personales y asociativas, que ejercen los chilenos desde 1973, pero que habían comenzado a defender a brazo partido desde octubre del año anterior.

Por eso, Mazzucato, téngalo presente: ya vivimos un experimento o experiencia (da lo mismo) de las que usted propone, y fue lo peor que nos pudo haber pasado.

https://www.elmercurio.com/blogs/2022/11/02/102577/asesinato-del-que-nos-salvamos.aspx